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Intento de clasificación
Es
Cicerón, en el siglo I a. C., quien realiza el primer intento clasificatorio de
las artes mánticas, en De divinatione, un tratado en que las divide
fundamentalmente en «naturales» y «artísticas», cayendo entre las primeras
todas aquéllas de carácter profético o alucinatorio, y en las segundas las que
se valen de un instrumento intermediario entre el adivino y el consultante.
Pierre de l'Ancre intentará más tarde una definición muy propia de su época
(1622) y de su carácter al afirmar: «La adivinación no es otra cosa que una
manifestación artificial de las cosas por venir, ocultas y escondidas a los
hombres, producida por un pacto hecho con el demonio.» El erudito Georges Contenau
(La divination chez les Assyriens et les Babyloniens) consigue un importante
avance clasificatorio, al incorporar las categorías inductiva y deductiva a los
diversos tipos de mancias.
Pero
casi todos los investigadores del tema -de Cicerón a Contenau- están acordes en
definitiva en asignar como fin último de la adivinación, el conocimiento de
cosas ocultas. Gwen Le Scouézec -a quien se sigue en la clasificación que se
reproduce más
abajo-
aporta un fundamental progreso a la teoría del «oficio de adivino», al definir
la operación mántica como una hipótesis de trabajo. Desde este punto de vista,
la actividad adivinatoria deja de ser un fin en sí misma, pero lejos de
empobrecerse sé
enriquece
con una perspectiva insólita: la incorporación de los elementos dispersos de la
realidad sensible a un fenómeno localizado (la interpretación del oráculo), a
la manera metodológica de lo que los estructuralistas han popularizado como
bricolaje.
Más
clara y completa que otras que pueden consultarse, la clasificación de Le
Scouézec abarca el espectro que va de la profecía -en el plano más puro y
elemental de lo adivinatorio,- hasta la superstición mecanicista, y es
aproximadamente la siguiente:
1.º El profetismo. Adivinación por
intuición pura en estado de vigilia. Es la
adivinación más natural, intuitiva e
interna. Se la considera generalmente
como resultado de la posesión por (o de
la inspiración de) un dios,
o de Dios en las religiones
monoteístas.
2.º La videncia alucinatoria. Forma de
adivinación intuitiva que se produce
en un estado especial, alucinatorio o
hipnótico, que puede ser obtenido de
diversas maneras:
1 - Adivinación en estado de trance:
a) por ingestión,
inspiración o inyección de un producto alucinógeno
(Farmacomancia);
b) por entrada en estados
catalépticos, hipnóticos o agónicos
(Antropomancia);
c) por cataptromancia
(adivinación por la mirada) o procedimientos
análogos (hidromancia,
cristalomancia).
2- Adivinación en estado de sueño: oniromancia espontánea.
3.º
La adivinación matemática.
Es la que se realiza a partir de
abstracciones muy elaboradas, y permite ejercer
La intuición mantica en todo su
esplendor.
a) astrología y derivados;
b) geomancia, y sus numerosas
variantes africanas;
c) aritmomancia (en su forma más
elevada: la Cábala);
d) aquileomaneia (adivinación
por varillas originada en el Che Pou
chino; en su forma más
perfeccionada: el l-Ching).
4.º
La mántica de observación:
a) estados, comportamientos o
actos instintivos de seres animados,
ya sean hombres
(paleontomancia), animales (zoomancia) o plantas
(Botanomancia);
b) estados y comportamientos de
seres o materias inanimados,
comprende la aruspiciencia, la
radiestesia, y otras.
5.º Los sistemas abacománticos.
Son todos
aquellos que se manejan exclusivamente con tablas u oráculos, producidos por la degeneración
de las grandes disciplinas mánticas: las «claves de los sueños», libros de
horóscopos, interpretaciones mecánicas de los naipes, etc., sistemas todos en
los que la intuición y lo imaginario no desempeñan ya ningún papel.
Puede
observarse que la cartomancia -y en su versión más especializada, el Tarot- no
figura en este cuadro clasificatorio, y la omisión no parece casual. Aunque de
una manera general podría incluírsela en el parágrafo tercero. lo cierto es que
su
complejidad
goza de un parentesco con casi todas las principales disciplinas. Probablemente
se ha beneficiado de su relativa juventud -si se la compara con la
aruspiciencia, la adivinación por los números, o los métodos orientales
derivados del Che Pou- para convertirse en un arte colecticio y sugeridor, que
toma tan pronto las especulaciones de la década pitagórica y los sephiroth
hebreos (números), el simbolismo de los colores y del cuaternario (series), la
iconografía medieval y la paleontomancia (figuras), como esa suma
simbólico-mágica de varia lectura que son los Arcanos Mayores. Aún más, puede
decirse que el Tarot ofrece, como ninguna otra mancia la «situación
adivinatoria» en su mayor grado de complejidad y madurez, ya que se compone de:
a) El adivino en total libertad
imaginativa para seleccionar uno entre los múltiples estímulos que le brinda la
lectura;
b) El consultante, en
disponibilidad para orientar sus preguntas según el desarrollo de esta lectura;
c) El intermediario (el mazo)
con una capacidad de sugerencia prácticamente inagotable;
d) La sesión de lectura,
singular e irrepetible como una partida de ajedrez, por el tejido
espontáneo
de las variables anteriores. Finalmente, la falta de un código de referencia
estable (tablas astrológicas, versículos, escalas confeccionadas previamente a
la lectura), convierte al Tarot en un ejercicio intelectual de primer orden: no
sólo porque
requiere
la mayor concentración del adivino ante la pluralidad de niveles que se ofrecen
a la lectura, sino porque obliga a un diálogo inteligente, tenso, sutil, entre
adivino y consultante, para cercar sin eufemismos la verdad que duerme en el
fondo de las
generalidades.
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